Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

domingo, 25 de diciembre de 2011

Patrimonio Industrial. Lo viejo, lo nuevo y lo trascendente. Cuba, artículo

Artículo de Jorge Sariol.

Un día de enero de 1671, la ciencia y la tecnología militares de la época soplaron en la oreja del rey español Carlos II —llamado también «El Hechizado»— la urgencia de amurallar la villa de San Cristóbal de La Habana. 192 años después, la ciencia y tecnología bélicas del siglo XIX musitaron, esta vez al oído de una reina —Isabel II—, que la muralla resultaba ya inoperante y lo mejor sería llevársela en claro.

Entonces no existían conceptos para definir valor patrimonial y sus dimensiones culturales e históricas; tampoco había políticas para la conservación de toda huella material o espiritual, representadas en objetos decorativos y utilitarios, en construcciones, tradiciones y costumbres con trascendencia en la historia.

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De haber sido conservada, hoy la muralla de La Habana habría sido orgullo de casi todo el mundo.

Esa misma falta de visión patrimonial hizo que alguien con poder un día decidiera la obsolescencia total del peculiar tren eléctrico Habana-Matanzas y pensó en sustituirlo por la modernidad del diesel. Pero ese alguien estaba en el siglo XXI y colisionó con un alter de profunda percepción de la memoria histórica y, por suerte, también con poder. El tren se ha salvado, sigue en su trayecto Casablanca/Hershey/Versalles y pudiera incluso alcanzar nueva dimensión sociocultural y económica.

No tuvo igual suerte la vieja estación de ferrocarril de la ciudad de Palma Soriano, en Santiago de Cuba. A finales de los 70 la vetusta edificación —como sacada de una película de Buster Keaton— mostraba aún la estampa propia del desarrollo industrial originado por uno de los primeros ingenios azucareros electrificados de Cuba. Alguien consideró más apropiado desmantelarla que rescatarla. Y construyeron en su lugar un deslucido adefesio de concreto.

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Con el desarrollo del concepto de patrimonio, a partir de la segunda mitad del siglo pasado algunos países reevaluaron el legado de la revolución industrial: por trascendencia histórica, por significación afectiva o porque podía tener un valor agregado del turismo. Nacía la idea del patrimonio industrial.

Entraron en acción nuevas concepciones estéticas de lo bonito, lo feo y lo auténtico; de lo nuevo, lo viejo y lo trascendente; de lo exitoso, lo sostenible y lo justo.

En Cuba, gracias a este discernimiento no se desmanteló un legendario sistema ferroviario de los Planos Inclinados, para transportar minerales. Ubicado en la pendiente formada por la meseta Pinares y el valle de Mayarí, en el norte de la Provincia Holguín, tiene más cien años de construido y muestra buen estado de conservación.

En virtud de una política refrendada por ley, muchos promueven el rescate de la vieja mina de Matahambre, la Papelera Nacional Moderna, la fábrica de aceite de maní El Cocinero, la Planta Generadora de Electricidad de Tallapiedra o la Real Fábrica de Tabacos Partagás —la más antigua de Cuba aún en actividad—, entre un montón de sitios cubanos que esperan el mismo soplo de suerte. Son todas instalaciones de grandes dimensiones, alta calidad de construcción, raras concepciones volumétricas y muchas con máquinas y equipos originales, verdaderas piezas de museo.

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La industria azucarera cubana, el mayor y conflictivo campo de controversias en muchos temas, es tal vez la esfera nacional que mejor refleja el dilema. El profundo vacío que ha dejado el desmantelamiento de una parte de ese patrimonio industrial va a necesitar un debate colosal y doloroso. El antiguo central Hershey, hoy desactivado, es un curioso ejemplo estudiado profusamente para su rescate, a partir nuevas proyecciones socio-económicas, explotación turística y aprovechamiento del paisaje. Pero los demás puede que no tengan la misma suerte.

Rescatar una vieja fábrica, mantener funcionando una locomotora de vapor o convertir la instalación de una antigua industria en complejo sociocultural, pudiera parecer una vanidad cara. Es en verdad cuestión de financiamiento, como también de mentalidad. Y esta depende del conocimiento.

A veces la ignorancia es más desastrosa que la falta de dineros.

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