Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

lunes, 5 de septiembre de 2011

Molinos del Eresma


Artículo sobre las riberas segovianas para visitar el Real Ingenio de la Moneda, mostrando una alternativa de paseo por Segovia.


Dos ríos tiene Segovia: / el Eresma y el Clamores, / con sus huertos que compiten / en holganzas y en primores". Así describía un romance antiguo la rivalidad de las dos vegas segovianas en materia de huertas. En materia de industrias, sin embargo, parece que el Eresma se llevaba la palma gracias al mayor número de molinos que alimentaban sus aguas.

Desde el barrio de San Lorenzo hasta el de San Marcos o, dicho de otro modo, desde las cercanías del Acueducto a los pies del Alcázar, una ruta recientemente acondicionada permite identificar los molinos más señeros de estas aguas. Aunque ninguno se encuentra en funcionamiento muchos siguen en pie, dando fe de su contribución durante siglos a la riqueza de Segovia.

Comenzando bajo el puente del Eresma, muy pegado a él y con cubierta de pizarra se encuentra nuestra primera muestra de este patrimonio industrial: la fábrica de loza de los Vargas. A ellos se debió la llegada a la ciudad del pulcro ceramista Daniel Zuloaga, tío del famoso pintor, que vino a Segovia a requerimiento de esta industria.

Si continuamos río abajo veremos que en la orilla opuesta se alza una gran chimenea y un conjunto de sólidos edificios del siglo XIX. Aunque hace años se transformaron en viviendas, aquí tuvo sus dependencias una importante fábrica de harinas y galletas. Observando el río Eresma en este punto vemos cómo los ingenieros dirigían las aguas mediante una presa oblicua -o azud- hacia el edificio, en donde su fuerza hacía girar las ruedas. Esto mismo cabe apreciar en las ruinas del molino Cavila, pero aquí con la ventaja añadida de que podemos descender hasta el nivel de la corriente y asomarnos a la mágica bóveda de ladrillo por donde antaño salía el agua.
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Paños de lana

Aunque en Segovia predominaban los molinos harineros, en una ciudad famosa por sus paños de lana no podían faltar los batanes, aquellos ingenios donde se batían los tejidos con unos gruesos mazos de madera para enfurtirlos, es decir, para dejarlos libres de grasa y con la textura conveniente. Gracias a la famosa aventura de los batanes en el Quijote, en que el miedo hace que Sancho "huela, y no a ámbar", nos imaginamos el estruendo que llegaban a hacer.

En la calle de Los Molinos se suceden los de la Perla, de la Aceña y del Portalejo, que nos muestran cómo la misma cacera podía suministrar agua consecutivamente a varias factorías. Por fin, antes de llegar a la Alameda se encuentran la Fábrica de Hielo -hoy también viviendas- y la muy ecológica y dieciochesca Fábrica de Borra, donde se reciclaban los restos de los tejidos -la borra- para fabricar papel.

A los pies del monasterio jerónimo del Parral, junto al puente de la Moneda y muy cerca ya de las primeras casas del barrio de san Marcos, se encuentra la presa más distinguida del río. No en vano este azud dirige las aguas del Eresma hacia el Real Ingenio de la Moneda, que gracias a las recientes obras de rehabilitación ya se puede visitar.

La historia del molino que hoy vemos comenzó en 1582 cuando el Archiduque Fernando de Austria regaló a su primo Felipe II varios ingenios para la acuñación mecánica de monedas. Frente a la acuñación tradicional a martillo -un golpe seco sobre el vellón de metal con un cuño-, estos ingenios se valían de dos rodillos que grababan simultáneamente por ambas caras las láminas de metal.

Aunque en un primer momento se quiso instalar la maquinaria en Sevilla, puesto que allí llegaban el oro y la plata procedentes de América, en mayo de 1583 Felipe II optó por comprar y acondicionar un antiguo molino de papel y harina a orillas del Eresma. En noviembre de ese mismo año comenzaron las obras bajo la dirección del mismísimo Juan de Herrera, que por entonces dirigía también la reforma austrizante del Alcázar segoviano.

Apenas año y medio más tarde, en junio de 1585, el convoy con veinticinco inmensos cajones de maquinaria procedente de la lejana Innsbruck, en el Tirol, llegaba a la ciudad, se montaba vertiginosamente y en julio se hacían las primeras pruebas. Dada su tecnología punta, la ceca nueva de Segovia (había también una vieja, fundada por Enrique IV) no tardó en cobrar fama internacional.

En 1623 Felipe IV se la mostró como gran innovación a Carlos Estuardo, Príncipe de Gales, llamado popularmente el "príncipe gorrón" por los siete meses de vida descansada que pasó aquí pretendiendo a la infanta María de Austria (un cortejo que no llegó a nada). Según las crónicas, sin embargo, el de Gales sabía ser espléndido, porque en vez de guardarse la bandeja de cincuentines de plata que le regalaron durante la visita, la lanzó "contentísimo" al aire, dejando también contentos a los empleados que se los repartieron.

Moliendo grano

El Real Ingenio sufrió el saqueo francés durante la Guerra de la Independencia, y siguió activo hasta 1869. Diez años después, cuando se decidió centralizar la producción de moneda en la nueva fábrica nacional que se iba a levantar en la madrileña plaza de Colón, el Estado la vendió y, ya en manos privadas, volvió a moler grano hasta su cierre definitivo en 1967.

Del deterioro imparable lo salvó el Ayuntamiento de Segovia gracias a un largo proceso de expropiación y hoy, aunque no quede nada de la maquinaria, todavía puede admirarse la recia construcción herreriana, los caces paralelos (un segundo, por cierto, debido a Sabatini) y la fundición, con sus dos bóvedas y chimeneas como linternas. Pero quizá cautiva por encima de todo el aire de familia del Ingenio y el Alcázar que, desde lo alto, parece que observara a su hermano jugando junto al río.
Fuente artículo http://elviajero.elpais.com


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